26.4.11

El Vecino Ruidoso



Al fin había encontrado el piso perfecto. En el barrio del Raval, justo enfrente de la plaza Folch i Torres, un luminoso espacio de 70 metros cuadrados con balcón exterior que daba a la plaza y aunque ahora se veía como un destartalado apartamento, podía imaginar todo lo que le haría para que fuera su hogar.
La separación con Marina le había dejado vacío. Al mismo tiempo que la casa que había visto a su hijo nacer se iba vaciando, también los sentimientos se escapaban de Xavi, que no veía sentido a nada en la vida ante la partida de su mujer y su hijo a Italia. Marina le había dicho que se le habían acabado el amor y la paciencia, que por eso se llevaba a su hijo a cerca de los abuelos maternos y así alejarlo de cualquier cosa que su padre pudiera enseñarle para que se le pareciera a él.


Durante un mes los vió ir y durante otro mes se dejó llevar por la inercia de levantarse, tomar el metro a una destinación distinta cada día, trabajar de paleta en pisos haciendo reformas, tomar el metro otra vez, encerrarse en la casa pelada, hacer lo que sea por sentir un poco de sueño y poder dormir. Su vida se veía reducida a hacer sin parar de pensar en qué estaría viviendo su hijo ahora, tan lejos de él.
Cuando la dueña del piso le dijo que le quedaban 15 días para encontrar otro sitio, la noticia ni siquiera le afectó. Más bien sintió que era un alivio dejar el lugar donde los recuerdos de Marina y Oliver le impedían vivir en la realidad.

Tuvo suerte y encontró el piso en el Raval. Como se dedicaba a hacer reformas integrales y consiguió un contrato a 10 años, se imaginaba los cambios que realizaría, se sintió otra vez en vida. Tenía algo para hacer por él que le daba ánimos después de meses de estar muerto en vida.
Tiraría abajo el baño y la cocina, que estaban pegados en una sección pequeña al fondo del pasillo. También demolería la habitación de dos por dos de niño que quitaba toda la luz a esa parte de la casa y haría allí la cocina amplia, con mesa de comedor y todo. El baño sin la cocina incrustada, ahora sería también grande, con bañera, todo un lujo para la mayoría de pisos de la Ciutat Vella.
Al tirar las paredes de la habitación de niño, golpeaba los muros con la masa, pensando que así destruía toda la angustia, la furia y el dolor que se le habían asentado en el alma desde la separación. El piso, sin tantas paredes, estaba iluminado y una suave brisa lo recorría de punta a punta. Fotos, libros y cedés hicieron el resto para que pudiera finalmente llamarla su casa.

Dió una cena de bienvenida a los tres meses de haber entrado en la casa, para que los amigos pudieran ver cómo había quedado. Estaban impresionados por el cambio, no solo del piso, si no también en la actitud de Xavi, que parecía mucho más animado. Era lunes, por lo que sobre las doce, la gente empezó a irse. Todos menos el Isma, que siempre tardaba más que el resto, porque se bebía hasta la última gota.
Estaba leyendo otra vez, por lo que retomó los cuentos de Cortazar que hacía tiempo quería acabar de leer. Cuando el sueño comenzó a vencerle, cerró el libro y apagó la luz. Casi al momento estaba ya en un sueño profundo, cuando un estruendo proviniente de la pared de la cabecera lo sobresaltó. Dió un vistazo en la oscuridad, no escuchó ni vió nada. Pensó que seguramente sería un sobresalto como aquellos que preceden al sueño cuando uno está muy cansado. Cuando empezaba a dormitar, el estruendo se repitió y esta vez no paró de repetirse. Era como si alguien en el piso del vecino estuviera cortando algo a golpes que se repetían con una frecuencia lenta casi maquinal. Era absurdo, pero le vino a la mente la imagen de un leñador de esos de los cuentos, que cortan un árbol entero a mano. Se dijo que era imposible que alguien cortara algo a esas horas en el apartamento vecino. En algún momento creyó escuchar un lamento apagado, como quien grita a través de una almohada.
Intentó no hacer caso, quiso seguir durmiendo para evitar tener que levantarse. Hasta que no aguantó más: dio un puñetazo en la pared, como para hacerle saber al vecino que se oía todo, que era tarde y las cuatro de la mañana no eran horas para retomar ningún tipo de bricolage.
El estruendo se repitió. Xavi encendió la luz, se calzo las zapatillas y fue hacia la cocina para ver si allí se escuchaba algo. Se quedó sentado en la fría banqueta de acero durante diez minutos, aunque no escuchaba nada. Así, sentado, daba cabezasos de sueño sin llegar a caer de la silla. Probablemente desde allí no había ruido porque era la pared de la habitación la que hacía medianera con el piso contiguo. Le pesaban los ojos, se dijo que probablemente hubieran acabado los golpes, por lo que comenzó a volver a la habitación. Llegando allí, oyó otra vez el “chac” del golpe, dio la media vuelta hacia la puerta de entrada. Ya era hora de decirle a ese indeseable que esto era demasiado.
La puerta de su vecino, de color rojizo oxidado, un poco más antigua y descuidada que la suya, estaba enfrentada a la de Xavi al otro lado del rellano. Caminó hasta ella, respirando hondo para no golpearla con la rabia que había acumulado durante una hora de ruido. Se preguntó cómo era posible que nadie más le hubiera llamado la atención, lamentándose de tener que ser él quien lo hiciera. No quería comenzar la relación con su vecino de ese modo, ya que nunca se había presentado formalmente, ni se habían encontrado antes.
Tocó la puerta, no hubo respuesta. La furia se apoderó de él. Le gritó: "no son horas estas de cortar madera, vecino, se escucha todo y no puedo dormir". Golpeó otra vez la puerta, no hubo indicio de que alguien le escuchara. Apoyó la oreja a la puerta. Detrás de la puerta se oía solo el rugido como el que se oye en los caracoles de la playa, de un vacío inabarcable. No se escuchaban ya los golpes, así que volvió a entrar a su casa, fue a la cocina y se sirvió un vaso de leche caliente con miel.
Cuando volvió a la habitación, se echó en la cama como un plomo, pesadamente.
El locutor de radio le dió las primeras noticias del día: "avui dimecres el cel de Barcelona romandrá lleugerament cobert i s'esperan algunas plojas ailladas". Se sentía cansado, parecía que había dormido media hora, le picaban los ojos y tenía la boca pastosa. Desayunó recordando el incidente del vecino, ¿lo había soñado? No, definitivamente había pasado porque estaba el vaso con los restos de leche en la pica.
Al salir, cruzó el rellano decidido y golpeó la puerta con fuerza, tanta que la puerta se movía en sus ejes. Otra vez, no hubo respuesta. Miró el reloj y por no llegar tarde, empezó a bajar las escaleras pensando en que ya ajustaría cuentas por la tarde con su ruidoso vecino. Bajó las escaleras maldiciéndole y pensando que se había olvidado el paraguas.
En la entrada estaba Jaime, el conserje, limpiando el interfono con un producto que olía amargo. Xavi le saludó y al preguntarle Jaime que tal iba todo, no pudo evitar comentar la tortuosa noche, del vecino ruidoso. El conserje se puso pálido. Xavi le preguntó el nombre de su vecino y el portero, como evitando la pregunta, le dijo que hoy seguramente llovería. Ante la aparente distracción de Jaime, Xavi volvió a preguntarle impaciente si conocía al vecino, sus raras costumbres de leñador trasnochado. Jaime nervioso, le contestó que era imposible, que ese piso estaba vacío hacía meses con voz sombría, mirando al suelo. Volvió a mirarle a los ojos, como si no hubieran mencionado nada, le dijo que sin ir sin paraguas hoy era mala cosa, porque caería la de Dios. Al ver la hora, Xavi, le dió los buenos días y marchó a la obra, se quedó pensando en lo extraño de su conversación con Jaime.
Le contó a sus compañeros sobre los ruidos de anoche, sobre los golpes de hacha, la negativa del vecino a abrirle, la de Jaime a hablarle de lo ocurrido. El Adriá, su compañero, tartamudeando, le contestó que él sabía quién era su vecino. Xavi estaba sorprendido: ¿cómo podría saber el Adriá quién era su vecino si nunca había venido a su casa y además vivía en Sant Andreu?
Adriá le dijo que hacía casi medio año, una noticia en el periódico le había estremecido mucho: en el barrio del Raval, un hombre de mediana edad había matado a hachazos a su mujer porque había intentado dejarle y luego se había quitado la vida. Había sido en lun edificio de la Plaza de Folch i Torres.