19.1.12

Princesa 56

Descripción I El edificio construído en el siglo 19, se erige lúgubre y sombrío, ennegrecido por el fuego que ha azotado la zona. Algunas molduras de la fachada han caído, dejando al aire sus lastimados ladrillos. Las persianas que antaño eran de color madera, ahora son de ceniza e intentan sin éxito permanecer cerradas. Es como si intentasen bloquear el poco sol que llega en el frío del mediodía a los cansados salones. El gran portal tiene algunos vidrios rotos, por lo que se han puesto maderas finas en su lugar y así luchar contra el aire helado que se cuela por las mañanas. Ya no conseva el edificio de la calle Princesa el aire señorial que una vez tuvo, cuando sólo la familia Graus vivía aquí y el Rey Alfonso XIII venía a tomar el té con ellos. Ahora seis familias se reparten lo que ha quedado y malviven en el edificio, utilizando los bellos muebles modernistas como leña ante la desesperación que provoca el frío. El frío, cuan fantasma omnipresente, va acechando a los inquilinos desde las ventanas, a través de las puertas, en los patios, en las persianas heridas, en los baños de agua helada, cuando hay la suerte de tenerla; ese vil espectro parece ser ahora el dueño de la finca, impartiendo un castigo a todo aquel que la habita. La larga escalera de mármol se ha consevado intacta aunque ya no reluce la blanca suavidad de la piedra, sino que ésta está gris de tristeza. El pilar pesado en donde se posaba un día la estatua de bronce de una mujer de leves velos, ahora parece un árbol seco al cual le han cortado las ramas.  Subiendo la escalera, los peldaños van dejando de ser de mármol y a partir del entresuelo, ya son de madera y suelo hidráulico. Algunos peldaños han sucumbido a la necesidad, siendo alimento de la hoguera también sus partes de madera. La hoguera se hace a diario en el piso del principal, ya que su dueño lo ha abandonado para salvar el pellejo, por lo que nadie cree que vuelva. Un suave lamento se escucha por las noches. Se apodera de los rellanos desiertos y se va colando por las rendijas de las puertas. Dentro de los pisos, la gente se estremece al oírlo pero están acostumbrados. Se aproximan unos a otros, durmiendo todos en la misma estancia. Logran conciliar el sueño a la espera de la mañana, que llega y agradecen poder ver un poco de luz a traves de las persianas. Quizás haya esperanza para un nuevo día, quizás exista el futuro. Descripción II Al llegar a la calle Princesa, justo antes de cruzar al Parque, se encuentra la hermosa finca modernista que fue construída junto con las lindantes a ella, durante la exposición Universal de 1889. Ésta, si bien, es especial porque fue estrenada por la ilustre familia Graus una vez estuvo acabada. Espectaculares bailes se festejaban en sus salones, en donde a veces se dejaba ver a la mismísima familia real. Los balcones están llenos de macetas con flores, las persianas abiertas de par en par, dejan ver desde la calle, las molduras de los techos que en algunos pisos aún conservan la pintura original de tonos pasteles y flores alegres. Si se mira dentro del Principal, se puede ver una majestuosa araña de cristal corona el centro de la sala. El portal amplio, solemnemente recibe la luz y se llena de ella en este mediodía. Una vez dentro, se ven los suelos adornados, la caseta del conserje camuflada de vitrales y más a la derecha, la espléndida escalera de mármol. El pilar que la remata, está adornado por una graciosa escultura de bronce representando un hada vestida con velos suaves en posición de danza. A medida que se sube por las escaleras, el dulce aroma de las cocinas viene en nuestro encuentro, mezclándose con el suave azahar de antaño. Los peldaños son ahora de madera y suelos hidráulicos, adornados con patrones distintos en cada rellano. Vale la pena remontar la escalera hasta el sexto, sólo para contemplar hacia abajo el caprichoso diseño y el contraste de cada piso con el siguiente. Al subir a la terraza, se pueden ver las cúpulas de las iglesias del barrio de la Ribera, bañadas de sol. También el parque, con su Museo de Ciencias Naturales y hacia donde acaba la vista, el Tibidabo con su cristo redentor abrazando el área metropolitana. En la misma línea, la cúpula de la catedral tiene una figura de un Cristo también, que pareciera levantar la mano hacia su doble de la montaña. En el piso Principal, vive un descendiente de la familia Graus, quien conserva intactas las joyas modernistas que ha heredado. Un banco de madera adornado con pinturas de limones nos recibe calurosamentez y justo enfrente de él, hay un patio pequeño con una fuente, rodeado de vitrales. Hacia el final del pasillo, está la habitación con cama de dossel, adornada con paños burdeos románticos y encajes blancos, que nos transporta al pasado grandioso. El balcón recibe la luz, mientras mira hacia las cúpulas del mercado del Born.

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