28.8.09

El tren a Berlin

Aledna había creído durante tanto tiempo que las cosas no se pueden conseguir, que acabó adoptando la costumbre de empezar a querer algo para luego descartarlo por otra cosa y poder así reafirmar sus creencias.

Pensaba en esto en un tren en el este de Alemania. Acababan de llegar a Dresde y quedaban dos horas para llegar a su destino: Berlín. Su camino había sido más largo pero por elección propia, eran cosas que al cabo de millas y millas de viaje, se planteaba como alternativa para que éstos tuvieran un poco más de realismo. Últimamente recordaba con añoranza aquellos años en que viajaba largas distancias por tierra. Tenían un poco más de sentido porque se podía apreciar el cambio del paisaje; el cambio no era tan agresivo como subir a una máquina y salir de ella en un lugar completamente distinto, de otra habla, de otro planeta casi. Se había bajado de un avión en Praga y mientras esperaba el autobús, una chica le advirtió que no se podía fumar en la acera donde se esperaban los autobuses. En la estación de tren compró un billete y preguntó por el sitio más cercano para matar dos horas hasta la salida de su tren. Quería matar esas horas comiendo Knedlicky, por lo que se presentó en la oficina de Turismo de la estación para preguntar literalmente eso. La chica que atendía lo encontró gracioso. Aledna no. Hacía seis años que había visitado Praga y ahora estaba sólo por unas horas allí. Lo único que se le antojaba hacer en ese momento, era tomar una cerveza checa y comer los knedlicky que tanto le habían gustado la vez anterior. No vio nada de gracioso en intentar comerlos otra vez, o al menos le pareció mejor plan que dirigirse al Burguer King para hacer tiempo. Por eso, caminó despacio hacia la calle que le habían dicho, muy cerca de la estación y encontró un lugar para nada especial. Dentro, las mesas con manteles de cuadros rojos y posavasos apilados en un costado estaban ocupadas con hombres de aspecto fiero, que bebían vasos de cerveza de un alto de más de veinte centímetros. Al entrar, todos se giraron para mirar a Alela, que llegaba con una maleta de mano negra, pequeña y un bolso verde colgando en la espalda. Se dirigió al hombre de la barra y con un gesto, le dió a entender que quería comer. El hombre le indicó las mesas más apartadas, a lo que Aledna le pareció más cómodo, no le gustaba que la miraran cuando comía sola fuera. Tenía la idea que hacía ruidos al comer y que comía como una bestia. Algo que los años nunca le quitaron.

Ahora miraba desde la ventana del tren, al azul del cielo que ennegrecía sobre tonos de naranjas adormentados. En la negrura las casas eran bajas. Y veía que había llegado a una tierra que, para su mundo, había sido siempre muy lejana, como de una vida pasada. Y si la cadena de ADN tuviera memoria? Tal vez en eso se basaban las terapias de vidas pasadas: ponerse en contacto con la cadena de ADN para que contara su propia historia de lo que había pasado a la sangre mezclada del individuo en cuestión.

Como medio Schmidt que era, pensaba que podría decir que había llegado a su mundo olvidado. Imaginaba conversaciones con gentes nuevas en el futuro y las veía venir, tal y como había discurrido aquella del "knedlicky" No esperaba que cambiara la constante de la sonrisa burlona ante su propósito de estar en Berlín.

Su propósito era simple, dejar de fumar. Ante el vacío de algún otro que justificara porqué había llegado hasta ahí. Al mismo tiempo quería conocer la ciudad que la llamaba hacía más de un año. Que resonaba en sus sueños y que no paraba de aparecer diariamente en su vida. Como gritando que llegara, que había algo allí que no podía dejar de ver.

Recordaba ahora largos discursos de su padre, sentada en el tren. Dios sabía cuánto le extrañaba ahora. Esperaba no ser tan necia como para extrañar a la gente que ya se había ido, sólo cuando no hubiera vuelta atrás. Cuando ya no hubiera posibilidad de reencuentro.

Y si la gente reía, sería el desconsuelo. Porque al final, lo que prometía darle vida, no habría hecho más que engañarle. Ya no quedarían esperanzas, no habría vida.

Pensó que podía descartar el libro para dejar de fumar en algún sitio al acabar, pero indicaba expresamente no abandonarlo y mantenerlo para recordar cosas que pudieran olvidarse.

Dos jóvenes se acercan al camarote y abren la puerta, le preguntan con aspecto asustado y en un idioma que no entiende, probablemente ruso, si ya han llegado a Berlín. Aledna recuerda que le han dicho un momento antes, que esa parada era la de Berlín Schonefeld, por lo que les indica con el dedo hacia delante y les dice "Zentrum", le sonaba que era centro en ruso. La pareja era la misma que le había seguido en Hladni Nadrazi, la estación de Praga. El chico se le había acercado allí y le había preguntado dónde se embarcaba para Berlín, otra vez en ruso. En aquél momento les había dicho con gestos que había que esperar a que saliera indicado en las pantallas, que aún no se había asignado. Luego de lo que Aledna tuvo que cambiar de lugar delante de la pantalla que indicaba los andenes, al sentir una ráfaga de olor a pedo que la asfixiaba. En el momento en que el andén fué asignado, empezó a caminar hacia el final del hall y al darse vuelta, había visto que la joven pareja la seguía de cerca, con los ojos fijos.

Y ahí estaban otra vez, los ojos de la chica brillantes, como de pánico. El silbato acaba de sonar y el tren retoma el movimiento. La chica rusa despierta de su sopor y le dice "Spasibo" para agradecerle. Era claro que sólo hablaban ruso. Estas cosas que tenía el comunismo en Rusia: se les había olvidado o tal vez no se daban cuenta que el inglés era el segundo lenguaje más internacional. El primero es la música por supuesto, en eso no iban tan mal. Pero el inglés era algo que tendrían que haber pensado un poquito más. No saben la facilidad para evolucionar la humanidad como un todo que tendríamos ahora. Igual va a haber esperanzas, esto recién comienza.

Abandonando el cuaderno y preparando su equipaje, Aledna mira por la ventana mientras llega a la estación. Dentro de cuatro preguntas y cincuenta metros, va a encontrar un hotel que la espera suspendido en el tiempo con poltronas y lámparas de los años cincuenta.


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