7.9.09

Triste adiós a Cristian

Bueno, el tiempo dirá. Hablar no lleva a nada, mejor amémonos en silencio y dejemos que las cosas lleguen solas o no lleguen nunca. No quiero llorar para siempre, aún sabiendo que lo que digo parece una canción mala" pensaba Aledna. Como siempre, buscaba la manera de que las cosas fueran un poco más estresantes. No quería que fuera así, pero tantos años de dolor le habían levantado callos en el alma que no los quitaba nadie, ni nada. Sólo el estado natural de las cosas le recordaba lo poco que valía la pena el esfuerzo por estar triste.

Era sábado a la tarde. Aledna recibió al fin la llamada de Cristian. Algo en su interior le había dicho que iban a verse ese día. Era una sensación de certeza que iba creciendo con las horas, cada vez más fuerte iba sonando el llamado de Cristian, hasta que se materializó. Si bien, sabía que era posible obtener lo que quisiera, no sabía aún dominar sus antojos. Deseaba cosas efímeras que luego terminaban por hartarla, no eran reales.
Cristian le preguntó qué haría esa noche y ella le respondió que no haría nada, sin sentirse tonta por ello. Le parecía normal no hacer nada un Sábado a la noche. Tal vez la habían olvidado hacía tiempo o tal vez era ella quien no sabía cómo recordar a la gente.
Aceptó verse en casa de él en algunas horas y cuando finalmente se despegó de su casa, sin haber concretado una hora fija para verse, cogió la bici y recorrió los casi ocho kilómetros en tiempo récord. En el camino, se preguntaba cómo podría entrar al edificio, o si debía llamarle por teléfono antes para avisar que estaba llegando y justo cuando llegaba a la puerta, ahí llegaba Cristian en bicicleta como si viniera de una batalla en su caballo, transpirado y sonriente. Se besaron. Entonces, toda paranoia que venía germinando en su interior se le pasó, de momento. Subieron y ahí estaban los amigos de Cristian, Javier y Etienne, que habían llegado hacía unos días desde Francia para salir de fiesta con su amigo en Berlín. Charlaron un rato con ellos hasta que se fueron a comprar algo para comer. Al fin solos, estuvieron mimándose en silencio por menos de dos minutos, el timbre volvió a sonar: eran dos couchsurfers que llegaban ese día a quedarse en casa de Cristian. Una pareja de australianos que venían viajando por Europa desde hacía dos meses.
Conversaron los cuatro un rato sobre intereses y oficios, no sin que Aledna rogara en silencio porque no le preguntaran nada a ella, temía esa pregunta en una época de su vida como esta. No tenía idea de lo que haría ni lo que quería para su vida, más que viajar. Llegaron los franceses con sus kebabs y siguieron conversando un rato. Estuvieron en la casa dando vueltas hasta que salieron los cuatro a una exposición en que concursaban trescientos diseñadores, con sus respectivos carteles. El ganador empapelaría la ciudad con motivo de la celebración por haber sido Berlín elegida como ciudad del diseño por la Unesco.
Un amigo de Cristian, Oliver había participado sin éxito, no había pasado ni la primera ronda. Sin importarle, se presentó al vernissage igualmente para pegar su cartel en medio del de los ganadores. Cristian le acompañó durante toda la acción para grabarlo con la cámara, mientras Oliver repartía corazones por el aire y cantaba "Berlin in der Liebe" a los invitados, que no entendían bien si se trataba de una performance dentro del marco de la exposició, o si se trataba de un chalado.
El cartel de Oliver era simple. Abogaba a que el amor es lo único necesario, que el arte es amor y el arte sin amor no es nada. Buscaba enviar un mensaje no tan frío como otros que se limitaban a dibujar rayas, formas frías, colores oscuros.
Cuando hubo acabado su performance Oliver, estuvieron fumando porros en las instalaciones del archivo de la Bauhaus, el escenario de la muestra. Bebieron, fumaron y recogieron copas para que les dieran los dos euros de seña que había pagado el resto de gente por el vaso a devolver. Les llamaron la atención por no ser "justo" recuperar el dinero de otras personas, cuando en realidad creían que como invitados, tenían más derecho que los organizadores de tenerlo.
Cuando ya empezaban a mirarlos mal, partieron nuevamente a la casa de Cristian, donde él le cocinó otra vez. Les hizo a todos una pasta con lo que había: un poco de cebollas, huevos, lo que sea que hubiera en la nevera. Aledna se esforzó por que le gustara el plato, pero no pudo evitar responder que no cuando le preguntaron. Se sentía una hija del diablo. Maleducada, desagradecida, vil aprovechadora y parasitaria de situaciones.
Los amigos de Cristian salieron solos por Berlin. Apenas se fueron, ellos retomaron los mimos interrumpidos de la tarde, hasta que cayeron rendidos. Se despertaron al alba cuando volvieron Javier y Etienne. Al parecer se lo habían pasado genial.

La mañana siguiente, ella despertó temprano y no pudo dormir más. Cuando al fin él también lo hizo, intentó hacerle el amor en silencio en la misma cama que compartían con Javier y Etienne. Desistió cuando ella le dijo que estaba hambrienta, que podrían desayunar fuera de casa para no despertar al resto. En el salón, el suelo estaba invadido por los australianos que habían llegado en algún momento de la noche y se habían sistemado su camita como pudieron.
Salieron juntos en las bicicletas a un mercadillo de pulgas en Neukölln, por que era domingo, día sagrado para ir al mercadillo según Cristian.
Antes de adentrarse en el mercado, comieron juntos un desayuno durante el cual Aledna no pudo esconder que tenía problemas con la comida, que no sabía alimentarse de manera adecuada. Le fallaba el pulso, masticaba mal, rechupaba la comida. No sabía conversar y comer al mismo tiempo. Estaba tan acostumbrada a comer sola que si necesitaba hablar y comer a la vez, hablaba con la boca llena, era repulsivo verle. Se dio cuenta de esto un día en que se vio a si misma comiendo enfrente del ordenador, se había grabado para verse. El resultado fue una gran decepción. Se dio cuenta que verla comer era bastante desagradable. Intentó esconderlo mientras comía delante de Cristian, pero fue peor. Cuanto más intentaba esconder su sucio secreto, peor comía, se le caían pedazos de la boca, se le escapaban eructos. Le contó a Cristian, como distracción, sobre su manía de tomar bebidas con temperatura ambiente, de la frustración que un café caliente podía provocarle. También sobre la manera de tomar té, en vaso grande con mitad de té y mitad de agua para que no le quemara la lengua. Era una manera suya de saberse diferente de la gente.
Fueron al mercado buscando cosas, ella cuan "Osías, el osito en mameluco" miraba las paradas de reojo y no veía nada entremedio de la mierda que había. Vagamente, compró un disco de Black Sabath para su hermano y un libro del oso "Paddington" que solía leer en inglés de pequeña. También encontró una placa antigua de militares de la extinta República Democrática Alemana. Cristian encontró cosas mucho más útiles como una rueda nueva y una etiquetadora automática. Durante todo el tiempo estuvieron hurgando separados, ella le buscaba entre la multitud de gente y los gritos de "ein Euro, ein Euro". No le interesaba tanto el mercado como el juego de encontrar a Cristian para robarle un beso o abrazo.
De vuelta en casa de Cristian, él le confeccionó un paquete especial para que pudiera enviar el disco a su hermano por correo. Los amigos parecían cansarse de la presencia de Aledna, o al menos así le parecía a ella que iba incomodándose al cabo de las horas. Pensó en irse a casa, pero la idea de estar sola otra vez le aburría tanto que no osó a decir nada. Critian tenía que ir a casa de Oliver a ayudarle a armar la barbacoa de esa tarde en un terreno baldío de Kreuzberg. Le dijo que podía acompañarlo, pero ella sintió que lo hacía por obligación más que por querer ir con ella. Se notaba que era todo un caballero y nunca le hubiera dicho que estaba cansado. Ella no podía dejar de pensar en su incomodidad, le dijo a él que sentía que lo estaba invadiendo un poco, que quizás tendría que dejarlo tener su espacio. El le contestó que quizás era cierto le golpeó la cara con tres palabras, pero testaruda siguió quedándose con él.
Estuvieron en aquél terreno a orillas del Spree, donde se reunían a brindar apoyo a Oliver que había hecho un muro, oda al amor en su esplendor. A Cristian le pareció horrible, a Aledna no. Lo veía como algo que por más que fuera lo que fuera, era algo que ella no podía hacer. Alguien alrededor empezó a cantar "Girl" de los beatles, cantando justo el párrafo donde decían "Hay alguien aquí que quiera escuchar mi historia, todo sobre una chica que vino a quedarse" Solía Aledna pensar que todo era por ella o un mensaje oculto, por lo que no le costó pensar que quien cantaba, se dirigía a ella en tono burlón. La marihuana había empezado a hacer efecto, ese efecto aterrador en que todo recobraba una magnitud irreal y todo eran ataques contra su persona. Cuanto más pensaba este tipo de cosas, más en si misma se encerraba, mostrando una cara que no podía ocultar: la de su propia ignorancia y egoísmo.
Mientras la gente seguía llegando y ella seguía sin poder conectar con nadie más que Cristian, que parecía quererla sin preguntarle nada. Su pecho se cerraba cada vez más y fumaba sin cesar, si bien había dejado de fumar hacía una semana sin poder conseguirlo. Lo único que atinaba a hacer era fumar más y beber. Temblaba de frío porque había pasado unas tres horas sin moverse, sin hacer nada ni producir nada más que una raya verde en la cara de su compañero. Cuando Cristian al fin le dijo que quería volver a casa, cogieron las bicis y saludaron, pero no pudieron irse porque Oliver le pidió ayuda a Cristian para mover su obra de arte a la factoría que había enfrente. Con rabia, Oliver empezó a gritar: "Wir brauchen sechs Personnen!! Sechs Personnen!!!" Aledna reaccionó a tiempo y ayudó a mover el cuadro, no sin sentir que no era bienvenida a hacerlo. Algo ya se había bloqueado dentro suyo y empezaba a madurar. La mujer que solía ser estaba de vuelta y arruinaría el día, la noche y la mañana siguiente. Por qué no, el resto de sus días.
Cuando al final cogieron las bicis, fueron juntos y en un intento de volver a conectar con Cristian, Aledna lo cogió para poder ir a la par en la bici. Cuando estuvieron a punto de caerse, Cristian la soltó y le gritó enfadado: "lache!" luego de eso, siguieron en silencio y Aledna se estresó cada vez más. Se sentía desquerida, justo lo que su cuerpo estaba acostumbrado a sentir. Ahora si que podía estar satisfecha, ahora si. Pensaba sin cesar por el camino, que tal vez era hora de irse y dejar a Cristian extrañarla. Que no quería estar con ella más.
Fueron a la casa otra vez y ahí estaban los amigos, como clavados por la resaca a las sillas y sofás de la casa. Ya ni siquiera hablaban con Aledna. La miraban de reojo y la hacían sentir aún peor. Aledna encontraba solo consuelo en Cluny, la gata que la buscaba y se le subía al pecho para hacerle mimos. Cristian le preguntó si quería ver una peli, pero ella estaba tan en medio de su rabia mental que no sabía que quería. Ya, la muerte del amor era cuestión de horas.
Cuando al fin eligieron el film y terminaron de verlo, Cristian le preguntó qué quería hacer otra vez. Si deberían salir o no. Otra pregunta imposible de responder sinceramente. Los porros y la rabia mental batallaban en la mente de Aledna para ensordecerla cada vez más y no saber qué decir para no pasar como una completa imbécil. Durante todo ese día no pudo evitar hablar en castellano, inglés y alemán en una mezcla imposible de comprender, todo al mismo tiempo. Cristian le había dicho varias veces que no entendía nada de lo que le decía en castellano, pero ella no podía evitarlo. Era como si tuviera que dejar lugar a la otra persona que vivía en su mente que no paraba de hablarle en castellano. Se sentía impostora por pensar que podía comunicarse con la gente en otros idiomas, cuando en realidad no deseaba comunicarse en ninguno. La única charla que ahora permitía era la de su herido ego con la que antes vivía en su cuerpo.
Al final optaron por hacer crepes y Aledna, por no sentirse tan inútil, se ofreció para hacer algo. Pero claro, no había hecho crepes desde que tenía diez años, cuando se pasaba horas haciendo crepes con su abuela. Se puso a intentar comenzar hacer el caldo y lo arruinó. Ahora se había convertido en una masa grumosa imposible de arreglar, a lo cual sólo decía "Cristian, mira lo que estoy haciendo". Sólo quería desaparecer ahora, respirar su tragedia y comerse su frustración.
Cristian empezaba a verse agotado por la situación, pero lo manejaba de la manera más amable posible. Hizo unos crepes muy buenos con gusto a cerveza y otra vez hubo el problema de comer en público. La mano de Aledna temblaba cuando se acercaba a la boca y engullía más bien lo que iba entrando con dolor y pudor.
Cuando terminaron ella se fue a la habitación esperando que Cristian volviera a ser el de ayer. Y ella también. Pero no fue así. Aledna se hizo un bollo en la cama y pensó que tal vez mañana sería mejor. Que su cabeza dejaría de producir tragedias como romper copas y tirar botellas por el suelo. No fue así.
Antes de dormir, Cristian le dijo que estaba preocupado por otras cosas al intentar justificar porqué estaba tan frío con ella. Obviamente ella se dio cuenta que las respuestas a veces han de ser más simples que la verdad, para que la verdad no sea sólo una y haya posibilidad para un reencuentro entre esa verdad y las otras que vagan por el ambiente.
Por la mañana, dormir se tornó imposible y Aledna hizo lo posible para despertar a Cristian que roncaba con una frecuencia agobiante. Una vez despertó hablaron un poco y fue evidente que tendría que marcharse, que la situación no daba para más. Le dijo a Cristian que se iba, a lo que él no se opuso. Mientras aumentaba su indiferencia, la tristeza comenzaba a aparecer nuevamente y ahora podía volver a sentir ese viejo sentimiento que la llevaba a casa, a encerrarse a pensar porqué no podía ser como los demás.
Cristian no se movió, sólo la observó vestirse. Aledna se sentó al borde de la cama y le dijo que se iba, a lo que la gata volvía a abrazarla y no la dejaba ir. Cristian no atinó a mas que decirle que esa noche iban a salir y que mañana su vuelo era temprano; le preguntó si debía llamarla para que salieran juntos. Un "no" de respuesta de parte de ella los dejó secos. Hablaron sobre si volverían a verse y probablemente no sería posible porque ella se iba de Berlin a Praga para tomar su vuelo a Barcelona justo un día antes que él estuviera otra vez en Berlín. Aledna sin saber más que hacer le dijo que estaba contenta de haberlo conocido, el sólo dijo en inglés "I'm sorry".

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